Escribe:
Fernando Alberto Bravo Prado
Estudiante de Administración, con estudios de Lengua, Literatura y experiencia en comercio exterior.
Llegas de
trabajar tarde, con dolor en el cuello, cansado; con la esperanza de cenar un
pollo frito mientras ves los goles; son las diez de la noche. Es jueves y la sala
está vacía, la televisión apagada. Tiras tus llaves sobre el sofá; en la casa
existe un silencio sombrío. Se oyen ladridos de perros, a lo lejos. Desde el
ventanal, una ráfaga de aire recargado irrumpe en la habitación y oyes
murmullos. No puedes reconocer ese olor, pero sabes que huele a tragedia… el
presente, el mañana, huelen mal.
Y te quedas
mudo. Y al día siguiente eres un cadáver enterrando otro cadáver, y los pésames
te aburren y te suenan hipócritas. Y el rostro de tu hijo es omnipresente, y te
pones en su lugar mil veces, y mil veces tu conciencia se convierte en cenizas;
y comes sólo lo necesario, y bebes más de la cuenta, y dejas de mirar el reloj.
Y renuncias al trabajo, y no te importan las críticas familiares, aunque sólo sean
balbuceos. Y te compras un revólver, de manera clandestina, una tarde de esas,
y lo escondes. Y vas a la comisaría diez, quince, veinte, cuarentaicinco veces,
y no te dan respuestas… “Está en investigación” te repiten siempre. Y sigues
comiendo poco y bebiendo mucho, y esquivas a todas las personas que se te
acercan, y casi te vuelves un extraño en tu propia casa; a tu mujer a penas la
saludas. Llegas tarde, tardísimo después de deambular por horas. Y vuelves a
buscar el revólver en su escondrijo, y ahí está… Y sueñas con retroceder el
tiempo, un tiempo en el que hubieses estado a tiempo de salvar a tu muchacho. Y
te destrozan sus cuadernos en su cuarto, y te quiebras de dolor al ver sus
lápices, su poster de Ben 10, sus stickers de Los Vengadores pegados en su cama…
y por fin puedes llorar… han pasado cinco meses en el mundo, en tu reloj apenas
ha pasado media hora.
Y vuelves a ir a
la comisaría, cincuenta, sesenta, setenta veces, y lo mismo… que “Sigue en
investigación”, y entras en un torbellino espantoso en el que ya no distingues
la vida como era antes. Y te llenas de impotencia, de odio, de amargura, y
quieres que el mundo te entregue a los que mataron a tu muchachito, y sientes que
hay que tocarle la puerta a ese mundo para que te los entreguen; a esos que
andan por ahí, felices, como si nada hubiese pasado. Y te vuelcas a la calle a
hacer preguntas, y te lanzas a la calle a hacer tus propias investigaciones, y
te dicen que no saben nada, y te dicen que tal vez por ahí te pueden dar razón,
o por allá. Y tus investigaciones comienzan a arrojar datos, y ya tienes un par
de apodos, conseguiste un par de pistas, y te vuelves metódico, y empiezas a
hacer apuntes, mientras comes poco y bebes mucho, y mientras los perros siguen
ladrando a lo lejos… mientras sientes que trabajas en el caso más que la policía,
mientras tienes un secreto: llevas el revólver todas las noches durante tus
pesquisas.
Y se corre la
voz de que hay un loco que recorre la ciudad buscando pistas sobre los asesinos
y violadores de su hijo; y la policía se entera, y la policía te encuentra, y
la policía que nunca te ayudó en nada te detiene, y la policía te confisca el
revólver, y la policía que nunca te ayudó en nada te muestra ante las cámaras
disfrazado con un chaleco, la misma policía que no es capaz de encontrar a los
que mataron y violaron a tu muchachito te exhibe como un trofeo; y esa misma
policía te encierra en un calabozo; y pasan las horas, y a ti realmente no te
importa nada, excepto el rostro de tu pequeño, al que recuerdas cuando jugaba a
creerse el hombre araña. Y llega el fiscal, y le dices que el arma es para
defenderte porque recorres zonas peligrosas, mientras tu mujer les grita a las
cámaras que no eres delincuente… y te liberan, al día siguiente te liberan, porque
hasta un frío fiscal pareciera que entiende tu dolor. Y un General de aquella
policía indica que “vienen a darte su apoyo para que se agilicen las
investigaciones", y comprendes que sólo brama para las cámaras, a pesar de
tu borrachera te das cuenta, mientras compruebas con los días que nada se
agiliza, y mientras sigues extrañando a tu pequeño, mientras tu mujer te dice esa
noche que tus otros dos hijos te necesitan, los que están vivos, y te lo dice
llorando; pero tú estás sordo, y ciego. Y ves que los días pasan, y oyes que todos
opinan, y los psicólogos opinan y te piden que reacciones, y todos los que
jamás se han puesto en tu lugar opinan y te piden que reacciones… pero no
puedes continuar, ni reaccionar porque tu vida se detuvo el día que mataron a
tu niño, tu vida no puede continuar sin tu pequeño; todo eso mientras los
perros siguen ladrando, a lejos, por los arenales; mientras el presente y el
mañana siguen oliendo mal.