Escribe:
Julia Schabauer
Arqueóloga y Funcionaria en Municipalidad de La Punta
A pesar del crecimiento económico del Perú en los últimos años, existen más del seis millones de peruanos en situación precaria y casi un millón de pobres extremos. Existen 1.6 millones de niños y adolescentes entre 6 y 17 años trabajando y la calidad del empleo masivo sigue siendo precaria. Ante esta situación resulta válido preguntarse qué es lo que han hecho los últimos gobiernos para revertir esta situación y qué tipo ayuda es la adecuada para palear las necesidades o carencias de un sector de la población incapaz de satisfacer sus necesidades por sí misma.
La pobreza en un mundo globalizado, donde se manejan ingentes recursos, más que un problema económico, es un problema moral. Es inadmisible, por ejemplo, que existan restaurantes y supermercados que literalmente arrojan al basurero grandes cantidades de alimentos, mientras que en otros lugares el acceso al agua es un privilegio.
En setiembre del año 2,000, los países miembros de la ONU se reunieron para establecer objetivos para la superación de la pobreza y las desigualdades en el mundo. A ello se le denominó la Declaración del Milenio. Lamentablemente, estos objetivos fijados para el año 2,015 sólo se han cumplido parcialmente. No obstante, la preocupación de los gobiernos por erradicar la pobreza ,más que a un deber de Estado, responde a una necesidad, pues para que un país pueda ser competitivo en un mundo globalizado, debe superar la pobreza de sus habitantes e invertir en educación.
En el Perú el tema de la pobreza no nos es ajeno y para revertirla los gobiernos han implementado una serie de Programas Sociales o de Asistencia, tanto en los sectores rurales como en los urbanos. Dichos programas han sido una constante en la lucha contra la pobreza para los cuales se destinan importantes sumas de dinero, pero contradictoriamente , al sector Educación , apenas si se designa un vergonzoso 2 % del presupuesto nacional si consideramos que es justamente la educación el principal medio para erradicarla.
Hasta 1,980 los Comedores Populares constituían el programa de asistencia alimentaria más importante. Luego aparecieron otros de diferente naturaleza , como el FONCODES, el Sistema Integral de Salud, El Vaso de Leche, el PRONAA, Juntos y otros. De estos programas, los de naturaleza alimentaria, están destinados a combatir la desnutrición crónica. Con el pasar de los años estos programas se han ido modificando, uniéndose e inclusive, ampliándose.
La superación de la pobreza no es cuestión de fórmulas mágicas sino de cambios estructurales de fondo que armonicen adecuadamente las políticas económicas con las sociales y un programa de ayuda o asistencia, responsable y sin utilización política. La disminución de la pobreza no requiere sólo de un crecimiento de la economía sino también de una mejor forma de distribución de los ingresos para que los beneficios del crecimiento sea para todos.En este contexto se debe comprender la necesidad de ejecutar una política social entendida como la correcta administración pública de los programas de asistencia del Estado y de las autoridades locales para proveer alimento, salud, educación, vivienda, trabajo y servicios.
Pero , ¿en qué momento los programas de asistencia se convierten en asistencialismo? Una cosa es la asistencia dentro de una política social y otra cosa es el asistencialismo por el cual se genera un estilo de vida dependiente del Estado, sin incentivos para el trabajo y la formalización laboral ya que los asistidos, tienen muchas veces, servicios de salud y educación gratuitos , además de ayuda alimentaria.
Los subsidios no resuelven la pobreza y dado el carácter estructural y persistente de ésta , su solución es de largo aliento. La asistencia es, o debe ser, una medida a corto plazo para garantizar los servicios básicos de la población en situación vulnerable y/o incapaces de participar en el proceso de su propia recuperación o progreso. Sin embargo, no podemos olvidarnos que la pobreza es multidimensional ; podemos estar bien alimentados, sanos y poseer una profesión, sin embargo, si no existen oportunidades para desarrollar nuestras capacidades para ser capaces de satisfacer nuestras necesidades, de nada valdrán esas condiciones, ya que no podremos alcanzar un estándar de vida de calidad.
Pues bien, en el Perú, de las buenas prácticas de la asistencia, se ha pasado a un asistencialismo con un gran ingrediente político. Las ayudas sociales constituyen un importante ingrediente, tanto en el discurso político en tiempos de campaña, como en los de la imperiosa necesidad de demostrar que el modelo económico implantado por un gobierno responde a las necesidades de un importante sector de la población, "economía con rostro humano" , decía Toledo.
Cabe destacar el caso del Callao. Allí, las políticas asistencialistas de las últimas décadas, posibles gracias a los ingentes ingresos de la Región, se han visto en extremo desvirtuadas, lindándose inclusive en lo ilegal. El derroche de recursos en actividades improductivas han dado lugar a un sector poblacional desmotivado y acostumbrado a las dádivas. Si a ésto le añadimos el altísimo porcentaje de jóvenes entre 17 y 29 años que no estudian ni trabajan ,veremos entonces con claridad una de las raíces del problema de la violencia y delincuencia en nuestro primer puerto. Se han producido más de una generación de lo que yo denomino, "ciudadanos parásitos". Jóvenes sin una formación adecuada, acostumbrados al facilismo, a exigir, sin objetivos de vida dignos, improductivos. Una clara expresión de la anticultura. Tremendo problema por solucionar para el siguiente gobierno.
Otra de las perversiones del asistencialismo es que la ayuda, en muchos casos, no llega a la población objetivo y su constante manoseo político muchas veces los han desvirtuado. Por otro lado, el problema empieza en realidad con los datos o mecanismos poco confiables de los indicadores económicos para clarificar la situación de una familia, un individuo o un grupo poblacional y decidir si son sujeto de ayuda y/o en qué medida y aspecto. Así tenemos , por ejemplo, que en el distrito de la Punta, se cuenta con tres programas de asistencia alimentaria : el Vaso de Leche, La Lonchera Municipal y el Comedor del Abuelo.Sin embargo, La Punta, es el distrito chalaco con un importante ingreso per cápita (el mayor del Callao), su población tiene un logro educativo que bordea el 98 % , no existe pobreza extrema y sólo existe un 1.5 % de pobres del total de la población. Estos datos me llevan a cuestionar si efectivamente se requiere de la existencia de todos los programas, o por lo menos, si se justifica el número de beneficiados. Tema por cierto, políticamente complicado de rectificar si fuera el caso, pues se trata de programas implementados hace muchos años a los que la población ya ve como un derecho adquirido.
En lo personal, veo con preocupación el exceso de estos programas de ayuda social pues pueden generar dependencia hacia la ayuda del Gobierno . Además estos programas, mayormente, no están articulados con las políticas para afrontar la pobreza . Muchos programas que fueron ideados para superar situaciones de crisis, terminaron convirtiéndose en permanentes generándose un importante gasto para el Gobierno, en sus diferentes niveles. De esta manera, el asistencialismo se convierte en una forma de vida, constituyendo una peligrosa carga para el Estado debido a su alto costo. Por ello, estos programas son factibles sólo en economías sólidas, razón por la cual este sistema de ayudas resulta insostenible en el tiempo.
Lo correcto, a mi entender, es que el Estado aplique estos programas de asistencia el menor tiempo posible, como una medida de contingencia , por un período definido a un determinado sector de la población y paralelamente tomar las medidas y acciones necesarias para involucrar al sector poblacional atendido en el proceso productivo, facilitándose las herramientas necesarias para dejar el estatus de pobres y poder así gozar una vida digna que incluya el aseguramiento durante su vejez.