Escribe:
Fernando Alberto Bravo Prado
Estudiante de Administración, con estudios de Lengua, Literatura y experiencia en comercio exterior.
En tres meses,
Ollanta Humala estará dejando la presidencia de la república.
Toda persona que
alcanza este cargo, aunque lo niegue, aspira siempre a protagonizar acciones
que le permitan pasar a la historia. Cuando Leguía, negándose a dirimir le dijo
a sus captores en plena Plaza Bolívar: “No firmo”, y cuando un rato después fue
rescatado por una caballería a todo galope, sabía que entraba a la historia,
con un acto casi épico, del que se hablaría por décadas. O cuando Belaunde, durante
la Guerra de las Malvinas, dijo que el Perú estaba presto ayudar a Argentina
con todos los recursos que necesiten; sin aspavientos, y proporcionó a los gauchos
diez aviones peruanos Mirage, vendidos a precio simbólico, para ayudar las Fuerzas
Aéreas Argentinas; sabía que estaba haciendo historia.
Ollanta Humala
no protagonizó ninguna acción relevante, y su gobierno fue intrascendente.
Su levantamiento
de Locumba tampoco llegará a las páginas de la historia por estéril y forzado,
ya que ese alboroto contra el régimen de Alberto Fujimori ocurrió en octubre
del 2000, cuando el fujimorismo estaba totalmente derrotado; y cosa curiosa, el
mismo día en que Vladimiro Montesinos se fugaba del país rumbo a Panamá
(¿acción coordinada?).
Al enemigo se le enfrenta cuando está fuerte, y esta
pantomima de rebelión sólo engañó a los ilusos que creían reconocer en él al
nuevo caudillo del país, el cual en realidad sólo era un tipo que buscaba
publicidad para implantar en el Perú el ETNOCACERISMO (esa mescolanza de
reivindicación de la raza cobriza y orgullo militar que lindaba más con el nazismo,
que con el nacionalismo bien entendido).
El levantamiento de Locumba nunca
buscó desafiar frontalmente a Alberto Fujimori, y en realidad era una caravana
de hombres errantes y polvorientos que vagabundeaban por la sierra sin sentido.
Finalmente, después de la renuncia por fax del dictador, y con Paniagua en la
presidencia, los Humala se rindieron como unos gatitos ante las autoridades para
ser trasladados a Lima. Se solicitó una amnistía para los Humala, y el Congreso
les concedió la indulgencia enseguida. Fin de la gran gesta.
Por otro lado, la
revuelta de Andahuaylas del 2005 protagonizada por su hermano Antauro, fue una
asquerosa matanza de policías que terminó colocando a los responsables en la
cárcel. Ollanta Humala, aunque después deslindó con este episodio, en un primer
momento se sintió entusiasmado con la aventura, y respaldó esta acción desde su
agregaduría militar en Corea del Sur, ya que la revuelta fue detonada justamente
por su pase al retiro ordenado por el gobierno de Toledo. Poco después, cuando
se enteró de los muertos, cambió de posición y expresó que no avalaba estos
sucesos, traicionando al desequilibrado de su hermano. Lo digo con toda
claridad, el Andahuaylazo no fue una insurgencia popular digna y
legítima contra un gobierno podrido, sino una estrategia política destinada a
catapultar a Ollanta Humala de cara a las elecciones del 2006, contra un
gobierno que, pese a sus errores, era completamente democrático. Los crímenes
de Andahuaylas estuvieron en concordancia con las pataletas que los Humala
hacían siempre, cada que no les daban lo que querían.
Ollanta Humala
es un intrascendente histórico. De más está decir que todas sus propuestas
electorales se las llevó el viento. ¿El gas a doce soles? No se cumplió, ¿Acabar
con la inseguridad ciudadana?, No sólo no se cumplió, sino que el Perú, hoy por
hoy, es un país tomado por la delincuencia. ¿Revolución educativa? No se cumplió, y el Perú sigue con los
mismos niveles paupérrimos de educación de siempre. ¿Una nueva política
energética?, ¿Una nueva política de diversificación económica?, ¿Una real política
de descentralización? Nada de eso se cumplió. ¿Lucha contra la corrupción?, las
Agendas de Nadine demostraron que eso tampoco se cumplió y probablemente él y
su esposa enfrenten la cárcel por lavado de activos. Tampoco hay que olvidar
los apoyos verbales y económicos que en su momento le brindó el chavismo, durante
dos campañas electorales; los que le permitieron apoderarse de dineros robados a
todos los venezolanos, para un supuesto apoyo al bloque anti-imperialista
latinoamericano de Chávez primero, y de Maduro, después (esa huachafería que
afortunadamente no se atrevió a imponer en el Perú porque a esos dos despreciables
personajes también los traicionó). A su favor tiene el no haber accedido a un
indulto al delincuente Fujimori, y el éxito de los programas asistencialistas
“Cuna Más”, “Pensión 65”, y “Beca 18”, los cuales funcionan de manera
aceptable, pero que por otra parte no contribuyen en nada al progreso integral del
país.
A su padre, también lo traicionó; ya que Ollanta
le aventó a Don Isaac su ETNOCACERISMO por la cara, y fundó ese club de
aduladores empedernidos llamado Partido Nacionalista.
Además, si su
posición política siempre estuvo orientada a la izquierda radical, no se
entiende su tremenda traición política y económica de gobernar el Perú besándole
los pies a la derecha. ¿Se puede transformar tanto un hombre serio?
Ollanta Humala
accedió a la política recogiendo el descontento de las poblaciones cansadas del
modelo capitalista, las cuales pedían a gritos que a las políticas de mercado
se le hagan ajustes significativos, y si bien es cierto en la “Hoja de Ruta” (que
firmó arrodillado ante un grupo de intelectuales anti-fujimoristas y con la
bendición de Vargas Llosa) juró no entregar al Perú a aventuras chavistas, y
respetar el sacro modelo económico; tampoco se le estaba pidiendo que arroje al
Perú a las garras de la CONFIEP. Se entendía que Humala iba a gobernar en una
posición de centro, haciendo las reformas de corte social que se requerían,
pero cuidando los indicadores económicos para mantener el país en azul. Pero
no, gobernó igual que sus antecesores, desde la ultra derecha banquera; con el
agravante de que casi siempre perdía el poder ante su propia mujer, lo que ha
propiciado que el Perú se haya convertido en el hervidero de protestas de barra
brava que es, y en esa mescolanza de caldos de cultivo radicales que amenazan
con ganar las elecciones un día de estos. Las frivolidades e intromisiones de
su esposa en el ejecutivo llegaron un punto en que se hicieron inaguantables y lo
desprestigiaron ostensiblemente, y su falta de carácter para la toma de medidas
decisivas le granjeó la fama de pelele y fantoche. Y hasta la derecha, a la que
reverenció durante todo su gobierno, hoy le da la espalda como si fuese un
leproso, y con su armatoste de periódicos y canales de televisión lo atacan sin
asco.
En tres meses, Ollanta Humala estará
dejando la presidencia de la república.
Menos mal.