escribe:
Fernando Alberto Bravo Prado
Estudiante de Administración, con estudios de Lengua, Literatura y experiencia en comercio exterior.
Un loco ingresa a un bar, en una noche cualquiera, de un día cualquiera,
armado con un rifle de asalto vendido en una tienda cualquiera, en un país que
entre sus libertades permite que los hombres se armen por tradición, porque su
sociedad se formó a balazos (dicen), y porque los ampara una enmienda, una suerte
de derecho a la matonería (el lejano oeste convertido en estilo de vida).
Y ese loco cualquiera desata el infierno, y acribilla a cincuenta personas
en medio de un holocausto repugnante, en medio de una orgía de sangre y de
absurdas penitencias contenidas en un cerebro atosigado por la religión… y con todos
esos dogmas bajo el brazo y con todo ese oscurantismo como bandera asesina a
unas personas que se tomaban unos tragos… y Hitler sonríe desde el más allá, y
todos esos idiotas que creen que un homosexual es una especie de extraterrestre
impío que no debió nacer, también sonríen en secreto, y se ríen los xenófobos,
y se ríen los hipócritas y los racistas, y se regocijan los cucufatos y los
moralistas, y se ríe Donald Trump (por dentro y por fuera).
Cuando una religión impulsa a los hombres a matar, deja de ser una práctica
inofensiva y de guía moral para las sociedades. Cuando una religión impulsa a
un hombre a matar y lo destina al odio y al crimen, deja de ser una religión y
se convierte en una secta nociva que merece ser erradicada (de manera cultural
por supuesto, ya que el suscrito jamás será un apologeta de la violencia).
Se necesita erradicar culturalmente a todo ese pensamiento sectario y dar
de baja urgentemente a todos esos postulados estúpidos y dogmáticos que
evidencian con total desparpajo lo imbéciles que somos como especie, lo
manipulables que somos, lo endebles que podemos a llegar a ser en aras de una
divinidad que inventamos entre pinturas rupestres, y que seguimos practicando
entre Smart Phones y ruidos de modernidad.
Pero erradicar todo aquello (ahora que lo pienso) es imposible. Porque
somos humanos y nuestra evolución sólo fue una fantasía que todos se creyeron,
porque somos moldeables como plastilinas, porque tenemos tendencia a creer sin
cuestionar, porque somos una especie que destruye su propia casa, una especie
que gasta más de lo que gana porque se lo dictan subliminalmente los bancos, una
especie que esclavizó a los negros y los trató como subhumanos, una especie a
la que le meten el dedo en la boca todos los días y que fue obligada a una obediencia
borrega; una especie que cuando se muere de hambre evidencia lo animal que es, lo
saqueadora en potencia que es, y lo neanderthal que nunca dejó de ser.
La población mundial ha demostrado que simplemente le es imposible aceptar
que existen las diferencias, que no todas las golondrinas emigran en invierno,
que no todos los tigres son de bengala, que no todos los atardeceres son
tristes, que no a todos los hombres les tiene que atraer una mujer, que no a
todas las mujeres les tiene que atraer un hombre.
Por las diferencias es que el mundo no ha caído todavía en el tundete
pavoroso y agobiante de la monotonía. Pero no lo entienden, creen que el mundo
ya está escrito, que las diferencias son la perdición, y que un mundo monócromo
es más saludable y más vivible.
Ese pavor e intolerancia hacia la homosexualidad es un asco. Esa homofobia
auspiciada por la religión y refrendada por la ignorancia es un mal endémico
que me avergüenza como raza. Hablo de esa ignorancia que dice que un gay es un
depredador sexual peligroso, hablo de esa ignorancia que dice que un homosexual
es un pedófilo potencial, hablo de esa ignorancia que cree que el mundo se hizo
a imagen y semejanza de un grupo de escritores del medio oriente, y que las
sociedades son invariables e inmutables porque esos pantografistas de lo
sagrado así lo decidieron. ¿O sea que está mal que a una mujer le guste otra
mujer? ¿Pero si está bien tener un harén de veinte mujeres y a todas tratarlas
como trapeadores?
Hablo de esa ignorancia que
nos hace seguir consignas de moral y consignas de segregación normadas por la
dictadura de los que se creen mejores, hablo de esa soberbia que nos hace
creernos mejores que un mono, mejores que un león, mejores que una gaviota.
Hablo de esa intolerancia criminal que ingresa a un bar en los Estados
Unidos y asesina a un grupo de personas, simplemente porque unas décadas de
adoctrinamiento religioso le dijeron a un sujeto que lo iban a premiar por
librar al mundo de los “pecadores”, y que esos crímenes no son crímenes porque
el mismísimo director hizo lo mismo con los impíos de la antigüedad. Porque ahora
resulta que está mal que un hombre sienta atracción por otro hombre, pero está
bien aventar de un décimo piso a un hombre que se atrevió a sentir con libertad
lo que su libertad le impulsó a sentir.
Hablo de esa tara que no nos deja aceptar que un homosexual es una persona
común y corriente que decidió amar a quien le da la gana, igual que un
heterosexual. ¿Hasta cuándo esa vieja moralina va a intentar seguir dictando
normas de conducta? ¿Hasta cuándo esa vieja y retrógrada moralina va a seguir
creyéndose perfecta y omnipotente? ¿hasta cuándo se va a tener que soportar a
los pastores hablar de cómo debería ser el mundo? ¿quién les dio esa autoridad
a los cucufatos? ¿Qué se han creído estos robots con turbante? ¿los amantes del
fanatismo metafísico tienen órdenes de matar? (que no se laven las manos las
otras religiones porque también comparten el mismo concepto 'amarrador' de
sexualidades)
¿Qué es esto? ¿En qué momento nos volvimos fundamentalistas toditos y nos
pusimos a señalar con el dedo a todo aquel que no tiene nuestras costumbres y
nuestros deseos? ¿Por qué las personas homosexuales tienen que ser atacadas de
esta manera?; y no sólo con balas, hablo también del desprecio sistemático, de la
segregación sistemática, del prejuicio sistemático de creernos superiores sólo
porque a nosotros sí nos atrae el sexo opuesto, y a ellos no.
No soy gay, pero si lo fuera, ¿por qué diablos un enfermo de religiones
tendría que ametrallarme mientras me tomo un trago? ¿qué sociedad es esta en la
que se le tiene odio a todo lo que no es viril y a todo lo que no es
estrictamente femenino? ¿Qué clase de psicopatía colectiva impulsa a la gente a
creerse con derecho a mandar en la alcoba de los demás?
A estas alturas pienso (mientras escribo esto y escucho a Fredy Mercury
como un acto de protesta) que la mayoría debe de haber suspendido esta lectura.
Lo cual lejos de enfadarme, me agrada. Porque quizás dije un par de
verdades.