La gentrificación es un fenómeno urbano que
consiste en la revalorización de un barrio, pueblo o ciudad, como consecuencia
de grandes inversiones inmobiliarias que reemplazan las viviendas antiguas o
deterioradas por construcciones modernas de alto valor y que, con ello,
aumentan el valor del terreno. Esto implica un reemplazo de los habitantes
originarios, de bajos recursos, por otros pertenecientes a estratos socioeconómicos
más altos, debido a los nuevos precios de las propiedades que están fuera del
alcance de los pobladores asentados en el lugar por generaciones. Por tanto, la gentrificación no es sólo un fenómeno
urbano, sino también socioeconómico y cultural.
Para los arqueólogos, los restos materiales —particularmente
la arquitectura— “nos hablan”, nos cuentan su historia. A partir del tipo de
construcciones de un lugar, la calidad de sus elementos y sus características
estructurales, los arqueólogos podemos inferir la función del asentamiento, su
estatus socioeconómico, el nivel de desarrollo cultural de su población y
también podemos determinar la influencia de otras civilizaciones en el lugar.
Ello es posible porque la arquitectura
de un lugar, su organización y cuidado de sus espacios públicos son un reflejo
de su población.
En alguna medida, los habitantes hacen las
ciudades a su manera, de acuerdo a su estilo de vida. El perfil de los vecinos de
una ciudad se manifiesta en las características y cuidado de sus viviendas pero
también en sus costumbres y valores: contribuir con la limpieza de la ciudad y
cumplir con sus reglamentos, por ejemplo, habla de vecinos educados y
respetuosos.
La
Punta nació como un balneario exclusivo de la aristocracia limeña y así se
mantuvo en sus primeras décadas, pero nada permanece inalterable en el tiempo. Las ciudades tienen su propia dinámica: nacen, crecen y luego entran
en un proceso de estancamiento y/o degradación, de no aplicarse medidas de
renovación. Los ranchos fueron reemplazados por lujosas casonas de estilos
europeos. Y casinos y hoteles nos hablan de su época de esplendor, pero a partir
de mediados del siglo XX, a consecuencia de fuertes movimientos sísmicos y
otros factores, muchas de sus típicas construcciones de madera y quincha fueron
reemplazadas por nuevas viviendas, que seguían tendencias o modas
arquitectónicas. El criterio de seguridad se impuso al estético.
Pero los cambios en los patrones
arquitectónicos son también el reflejo de nuevas condiciones culturales y socioeconómicas.
La aristocracia fue reemplazada por una
pujante clase media que aún hoy en día se esfuerza por prevalecer en nuestro
distrito. También es cierto que un importante sector de la población ha
tenido deficiencias económicas en los últimos años, lo cual se puede observar
en el inadecuado cuidado de sus viviendas, así como en la proliferación de
pequeños negocios familiares, que utilizan mayormente los garajes de las
viviendas para su establecimiento, configurándose así un nuevo problema que
afecta la capacidad de estacionamientos del distrito.
Por otro lado, el mantenimiento y cuidado de
las casonas requiere de importantes sumas de dinero . Hoy en día, varias de estas casonas, mayormente en manos de herederos
que no tienen la capacidad de asumir los gastos que ellas generan, lucen
descuidadas. Pero no solo es por la falta de mantenimiento adecuado, sino
también por haber sido tugurizadas al dividirlas en una serie de cuartos para
rentar, en algunos casos hasta a familias completas. Esto ha ocasionado que
personas de bajos recursos, con otras costumbres e incluso de dudosa
reputación, se instalen en el distrito generando contradicciones sociales,
especialmente de convivencia. Con esto último no pretendo generar divisiones o
comentarios “clasistas”, sino simplemente me limito a señalar hechos.
Asimismo, la
proliferación de añadidos en las azoteas, hechos mayormente sin considerar las
características de las fachadas, utilizando materiales diferentes, baratos y
sin el debido asesoramiento de especialistas, han tenido también un impacto
negativo en el paisaje urbano. Estos añadidos han sido hechos ya sea por el
crecimiento de la familia o para alquilar y obtener así un ingreso adicional en
hogares con situaciones económicas complicadas. Esta es una realidad que se
viene presentando desde hace varios años y su atención por parte de las
autoridades resulta impostergable, ya que afean la ciudad y afectan
negativamente el valor de los inmuebles del entorno.
Otra mala costumbre que impacta negativamente
en la estética del distrito es pintar “por zonas” las casas que comparten las
mismas fachadas y el reemplazo de elementos arquitectónicos, como puertas o
ventanas por otros que no guardan relación con el conjunto o el estilo de la construcción.
A esta realidad arquitectónica se añade la
limitación del espacio para crecer. En el Plan de Desarrollo Concertado 2004–2015,
los vecinos reafirman el carácter residencial del distrito; sin embargo, los
pequeños negocios han ido proliferando por el distrito sin mayor planificación
y las autoridades, atendiendo las necesidades económicas de la población, han
dado las facilidades del caso. Hoy en día, un importante sector de la población
está rechazando los impactos negativos que ciertos negocios ocasionan en el
vecindario. La Punta está llegando a su
punto de quiebre. Debemos replantear nuestro futuro sin perder nuestra
identidad.
La adquisición de casonas históricas que
ameriten ser conservadas por el Gobierno Regional para su reutilización, es una
tendencia mundial en el tema de conservación del patrimonio. Igualmente, el
Gobierno Local debe ejercer su autoridad en cuanto al cumplimiento de las
normas que le permiten exigir el debido cuidado y pintado de fachadas, así como
el control absoluto en las modificaciones o ampliaciones de las viviendas y las
subdivisiones internas. Asimismo, es una
necesidad redefinir y cumplir estrictamente la zonificación del distrito. No
tenemos terrenos disponibles para construir en las zonas comerciales pero sí
casonas irrecuperables que en este caso bien podrían dar paso a nuevas
edificaciones para fines de negocios.
Seguridad,
orden, limpieza y tranquilidad son valores de vital importancia para el vecino
punteño. Todo trabajo de planificación y renovación urbana a mediano o largo plazo debe
tener en cuenta esto. Y los vecinos deben ser conscientes que mantener la
belleza, la armonía y el desarrollo sostenible en nuestro distrito, es tarea de
todos. Un distrito visualmente
agradable, con sus espacios públicos y naturales bien cuidados, donde se
respetan los cánones de la estética, incide positivamente en la calidad de vida
de sus habitantes y mantienen el valor del terreno y de los inmuebles.
La getrificación es un fenómeno que genera controversias por las implicancias
que conlleva en las ciudades intervenidas, pero en general revaloriza lugares
abandonados y empobrecidos. No permitamos que en nuestro distrito este proceso
ocurra al revés.