Escribe:
Fernando Alberto Bravo Prado
Estudiante de Administración, con estudios de Lengua, Literatura y experiencia en comercio exterior.
Votar por el fujimorismo es insultar al pasado. Es como si tomaras un libro de Basadre y lo arrojaras a la basura.
Votar por el
fujimorismo es como perdonar al criminal que saqueó tu casa, que le disparó a
tu mascota, que derrochó los víveres de tu alacena, que golpeó a tus familiares;
y sin más ni más, lo invitaras a entrar a tu sala y le confiaras a tus hijos. Votar
por el fujimorismo es la aberración de la palabra perdón, es la tergiversación
de la palabra olvido.
Votar por el
fujimorismo es como si perdonaras a los chilenos que saquearon Lima, que tomaron
Arica, que se adueñaron de Tarapacá, que usufructuaron Tacna, que ametrallaron
a nuestros marineros vencidos… y los abrazaras como hermanos.
Votar por el
fujimorismo es decirle a Alberto: “estuvo bien que te hayas robado esos miles
de millones, y estuvo bien que hayas instaurado la pena de muerte extrajudicial
desde tu escritorio”
.
Votar por el
fujimorismo es legitimar esas políticas que en los noventas se dedicaban al
narcotráfico, ese mundo en el que los torturados se autotorturaban, esa nación donde
los bancos se quemaban solos… es reivindicar a todas las mentiras y a todas las
calumnias de ese otro terrorismo del que nadie nos libró.
Votar por el
fujimorismo es lanzar al Perú hacia el totalitarismo puro. Es decirle a todos
los que participaron en La Marcha de los Cuatro Suyos: “jódete porque ahora la
amnesia también puede decidir”, es decir a gritos que Mussolini podría volver a
gobernar Italia, es vociferar que Pol Pot podría volver a ingresar a Camboya, tranquilo
y triunfante, porque no hay que vivir de los odios.
Votar por el
fujimorismo es leer otra vez la prensa chicha nauseabunda, y hojear de nuevo sus
páginas plagadas de farsas, difamaciones, y sangre. Votar por el fujimorismo es
volver a pagar millones por una línea editorial a un broadcaster miserable, una
tarde cualquiera.
Votar por el
fujimorismo es ver otra vez, el falso allanamiento, de una falsa vivienda, con
un falso fiscal, en una noche falsa. Es hacer de la falsedad una anáfora infinita.
Votar por el
fujimorismo es seguir vendiendo lo que no llegó a venderse en los noventas, por
falta de tiempo… es el “Cierra Puertas” de todos los que no se vendieron… es el
2x1 de la cutra, es la liquidación de la infamia.
Votar por el
fujimorismo es la glorificación del transfuguismo, es la celebración del
espionaje antipatriota, es el carnaval de la mafia y la tortura, es la
reinstalación de Calígula… es creer que porque se era niño en los noventas, se
puede votar por los que destrozaron la dignidad de los noventas. Es creer que
la historia del Perú empieza desde que cumpliste los dieciocho y todo lo
anterior es la prehistoria… es la necedad del que no le importa nada porque su
mamá le contó que los terroristas se murieron, y porque ese tal Vargas Llosa,
al que no le han leído ni una página, les cae muy mal.
Votar por el
fujimorismo es ser, más que pragmático, el estúpido que le regala rosas a la
mujer que lo engañó.
Votar por el
fujimorismo es… ¿qué duda cabe?, el ejercicio de elegir al gobernante que confía
en ganar, porque ahora la memoria está desprestigiada y es confundida, adrede,
con el odio.