"Si nosotros somos tan dados a juzgar a los
demás, es debido a que temblamos
por
nosotros mismos”. Oscar Wilde
Estoy por
cumplir un año de convivencia con mi madre. Nos separamos como nueve años, básicamente
por cuestiones laborales: ella vivía en Jauja y yo en Lima. Volver a vivir juntas no fue tan sencillo,
mi sensación era como si demonios antiguos revivieran.
Mis
pensamientos recurrentes sobre la situación eran “me siento invadida”, “no
tengo nada”, “me quiero ir”, “no la aguanto”, “no me quiere, nunca me quiso”,
“me asfixia”, “me siento rechazada”. Bajo esos pensamientos, mis actitudes —la
mayoría— se tornaban a estar a la defensiva. Pese a haber trabajado muchos
temas en mí, la relación con mi madre no necesariamente fue uno de ellos.
Emocionalmente
estaba entre la tristeza y la rabia. Cuando platiqué de esta situación con una
amiga, me dijo que quizá había llegado
el momento de trabajar la relación con mi madre y el universo me estaba brindando
esa oportunidad. Después de esa conversación, tuve un avistamiento de luz,
empecé a reflexionar y, efectivamente, mi actitud solía ser de pelear y huir (de
ella). ¿Y desde ahí qué podía crear? Pues “reflujo gastroesofágico”. ¿Qué es
esto? El reflujo es una forma de mostrar todo lo que no acepto, lo que rechazo
“del otro”. Según la medicina tradicional china, para que tu vida sea virtuosa
y saludable, es importante que los vínculos sean armónicos.

Ver la paja en
el ojo ajeno —o juzgar— es lo más sencillo. Lo hemos aprendido y al vivir en
una sociedad que constantemente lo hace, de alguna manera estamos condicionados.
Si vemos más allá de lo evidente, podríamos empezar a ver un poquito más: la
virtud en “el otro”.
*Ambas somos
signo Gallo J
Carla Giannina Jiménez
(Coach ontológico y life coach)