escribe: Martín Soto Florián
En los días que corren, el país y América Latina
observan cómo el viento de la corrupción se lo lleva todo: Odebrecht como
representación de la corrupción con la que hemos convivido todos estos años,
sin saberlo o sabiéndolo y mirando de costado. De hecho, actores de primera línea,
exministros o funcionarios de alto nivel hoy aparecen mostrando una extraña
indignación, un inocente desconocimiento, y levantando nuevamente las banderas
de la lucha anticorrupción.
En estos días, viejos amigos se convierten en extraños,
socios de larga data se desconocen mutuamente, mientras unos se convierten en
prófugos, otros que lo fueron regresan al país, sienten ‘ganas de pedir
perdón’, y luego vuelven, digamos, a España, mientras que con una valentía
descomunal se aguantan las ganas que deben ya tener más de 30 años. Mientras
ello ocurre, el Ejecutivo se ocupa de un
elenco de medidas que seguramente van a contribuir a pasar la ola, a que la
filtración no rompa el dique, a que se sobreviva una vez más. Es importante
decir que en estas medidas se olvida de fortalecer la Procuraduría Anticorrupción,
a la que el caso Odebrecht le fue retirado.
Más allá de las acusaciones de Tirios y Troyanos, de los unos contra los otros, en un debate desordenado que tiene por
finalidad confundir al ciudadano y hacerle creer que todos son iguales —y quizá
lo sean—, se siente una ausencia enorme: no se discute por ninguna parte la
reforma de la justicia ni la reforma política. Ambas requieren consensos que el
momento propicia. Por otro lado, tampoco se avanza con la reforma del servicio
civil, que resulta clave para contar con una burocracia efectiva y eficiente,
que pueda enfrentar los conatos de corrupción de afuera y también de adentro.
Lo que
estamos descubriendo ahora no es solo la penetración ‘corrupta’ del mercado en
la ‘institucionalidad’ pública, sino que precisamente por la falta de una
institucionalidad robusta, de una burocracia en serio, la corrupción es
sencilla y hasta barata.
Un reciente estudio de la Universidad de Harvard
muestra cómo se confunde, en los políticos y líderes, el hablar con ‘confianza’
—de modo fuerte, convencido, tozudo— con el hablar competentemente, o sea, decir
cosas orientadas a solucionar problemas, medidas reales que enfrenten los
desafíos de la politic y de la policy, basados en evidencia, cuando
ello sea posible. Sirve de poco
indignarse, levantar la voz y lanzar ‘acciones’ apresuradas mirando a la
platea, mejor sería poner en agenda lo necesario por sobre lo que tiene
apariencia de urgente, y llevar a cabo, con las fuerzas políticas
democráticas, la reforma de la justicia, la reforma política y, sin duda, la
reforma del servicio civil, la que es principalmente responsabilidad del Ejecutivo y en la que poco o nada se ha profundizado.
Sin estas reformas (de justicia, política y de
la burocracia pública), el marco en el que se producen episodios y novelas
enteras de corrupción, seguirá siendo el elefante en la habitación.